¿QUÉ ES LA LITERATURA?
La respuesta no es tan importante como la pregunta, ya que
respuestas hay demasiadas y de todo tipo, incluso tantas que se termina por
escamotear y disimular la fuerza de preguntar. En cambio, el detenerse un
momento a olisquear el miasma de época
que implica —o que al menos debería implicar— una nariz preguntona,
pareciera ser un sentido de orientación atrofiado.
La verdad de la
pregunta no es su predicado sino la postulación de su insistencia.
La experiencia nos ha hecho notar que cada vez que se interpela
al disertante (sea éste docto, sacerdote o demagogo) sobre el qué, el por qué o
el cómo de lo que dice, inmediatamente se produce la incomodidad y repudio de su parte —y también de parte del
público— que pareciera no querer saber nada de lo que subyace en lo dicho. A
tal superficialidad de “lo dicho dicho está” hay que llamarla disciplina. Y
todos sabemos —o al menos deberíamos advertir— cómo a fuerza de sermones-cerrojos
se domestica al oído.
No deja de ser alcahuete
periodismo la pregunta que no sea formulada con la oreja y
la nariz.
Ante la pregunta (digo pregunta y no mera repetición de
fraseo fetiche entre signos de interrogación) el funcionario de respuestas
nunca quedará callado y arremeterá a la defensiva; inmediatamente jugará la
retórica carta paranoica de transformarnos en ofensores. Así, sordo y veloz,
responderá en contraofensiva, con tal de no dar cuenta del qué ni porqué de lo
que dice, haciéndonos cómplice de la siniestra tautología (soy lo que soy, es
lo que es) de hacer creer que todas las cosas del mundo son obvias.
La ideología de la
obviedad es brutal.
Se vuelve a corroborar siempre, y no está demás volver a
insistir, que el territorio de la palabra es terreno de beligerancia. En este
espacio de combate es clásica maniobra táctica hacer pasar a la interpelación
por intimidación y a la pregunta que insiste por jodido peligro a rebatir y
callar.
Hacer cerrar la jeta es
siempre un asunto de mando; y cerrarla, de obscena
obediencia.
En una cultura de
sistemáticos estrujamientos no es de extrañar que los efectos paranoides
terminen por domesticar cualquier intento de cuestionar lo dado, y que la
censura ya no necesite posicionarse como agente externo, debido a que, fruto del hábito condicionado, el censor
se internaliza en cada uno de nosotros, volviéndonos simples redactores,
copistas, informantes; viral vasallaje.
El calco, la representación
adhesiva, la mímesis vacua de la industria de la sugestión es el principio de
la estupidez letal.
Feedback represor. Uno mismo
produce y reproduce (proyecta) las amonestaciones correctivas de la voz. Parejita
loca, besito mordisco.
Pero aquí las aguas se dividen: por un lado, los sordos
copistas al dictado de las reglas del censor; por el otro, la escritura en atención flotante,
des-censora agujereante por definición.
Preguntarse qué es la literatura
es sostener la pregunta hasta el fin de las notas.
Las aguas seguirán divididas: entre los que colmarán las
vasijas con revoque, y los que satirizarán los revestimientos.
Preguntemos a la mano
del azar. Leamos en ella la trémula escritura de su impredecible trazo.
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